Coordenadas Políticas/Martín Aguilar/Nadie sabe para quien trabaja

Poco más de dos semanas bastaron a Morena para cambiar la percepción de derrota por victoria en la Ciudad de México, y darle la vuelta a Santiago Taboada, quien llegó a estar a cinco puntos de Clara Brugada.

 

Detectado el peligro en la capital, y con el resto del país planchado luego de recorrerlo por casi dos años, Claudia Sheinbaum decidió concentrarse los últimos días de su campaña en las alcaldías de la capital, sobre todo las más importantes.

 

Había comprobado que la percepción de que Taboada ganaría la CDMX iba creciendo, y que si no frenaban la idea se convertiría en realidad. Y es que muchísimos liderazgos –incluso de Morena– se habían pasado al equipo del virtual ganador.

 

Fue entonces que Sheinbaum tomó la decisión de regresar a varios de sus operadores que estaban regados por el país, para hacer el trabajo de convencimiento entre los líderes territoriales de las alcaldías, a fin de que  retornaran a la 4T.

 

Llegó gente como Jesús Valencia y los hermanos Efraín y Carlos Augusto Morales, entre otros, para organizar la agenda presidencial en la capital, privilegiando reuniones cerradas y dejando de lado los actos masivos.

 

Claudia encabezó personalmente innumerables reuniones con dirigentes y líderes afines al partido, para convencerlos de que Clara y ella iban juntas en el proceso, y que era mentira que Taboada fuera arriba.

 

Poco a poco, dirigentes del comercio en vía pública, vivienderos, transportistas y líderes sindicales fueron regresando al redil. Claro que ayudaron mucho los créditos para vivienda del Invi, apoyos para el comercio y bonos, que sus operadores bajaron generosamente.

 

La candidata presidencial estaba corrigiendo los yerros de Brugada, cuyo sectarismo había atizado la división interna. El trabajo dio resultado y, en la capital, Morena se recuperó de la inminente derrota que se les veía.

 

Aunque las señales ahí estaban, la oposición las minimizó.

 

El exalcalde de Benito Juárez permanecía confiado en lo que le reportaban sus colaboradores: que todo iba de maravilla y cada vez más grupos se sumaban al proyecto. Calculaban en que eso, aunado al hartazgo ciudadano, les daría el ansiado triunfo.

 

Le decían que fulanito o sutanita ya estaban con ellos, y que le garantizaban tal cantidad de votos; todo pintaba bien, sus propias encuestas así lo indicaban. Si Claudia no hubiera intervenido al final de la campaña, probablemente hoy se estaría hablando del triunfo opositor.

 

Y es que, a pesar de que Brugada venía equivocando la estrategia, no se dejaba ayudar ni por la propia exjefa de Gobierno.

 

Al final, ya no le preguntaron si quería, pues estaban en riesgo los votos para la Presidencia y el Congreso. Se decidió la intervención, a pesar de la resistencia en el equipo de la exalcaldesa de Iztapalapa.

 

La estrategia fue tan buena que alcanzó incluso para darle la vuelta a la oposición en alcaldías que estaban prácticamente perdidas para el oficialismo. 


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