La Barriada/Martín Aguilar/Morena, el destructor de la democracia

El asunto se salió de control y estuvo a punto de terminar una bronca; lástima, todo quedó en eso.

 

Por primera vez el Congreso de la Ciudad de México se comporta como lo que es: un circo en el que abundan ena­nos, payasos, trapecistas y hasta magos.

 

Tal como estaba previsto, la oposición le dio una sorpre­sita a Morena y a sus rémoras, y el grupo mayoritario estuvo a punto de recibir una paliza antes de acuchillar al Instituto Electoral capitalino, pero a la oposición le faltó barrio.

 

Se preparaban las modificaciones para dejar sin tarjetas, sin silbato y sin abanderados al árbitro que organizará las elecciones de 2024 en la capital. Los opositores montaron un show que sorprendió, pero al final se quedaron cortos.

 

Y es que, sobre todo a los panistas, les faltó barrio para completar la obra, pues al inicio de la sesión tuvieron la oportunidad de suspender por falta de quórum, pues a la hora del pase de lista sólo había 28 diputados de la 4T, pero la misma alianza completó el mínimo.

 

La sesión transcurrió con normalidad, hasta que se anunció el tema estelar: el descuartizamiento del IECDMX.

 

El primer golpe lo dio el panista Ricardo Rubio, al anun­ciar que la comisión legislativa que elaboró la iniciativa había decidido —por mayoría de dos a uno— retirarlo del orden del día para discutirlo más ampliamente.

 

El moreno Temístocles Villanueva se quejó de que no había sido convocado a la reu­nión, por lo que la petición no tenía validez y debería ignorarse.

 

Con el reglamento en mano, diputados del PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano demos­traron la legalidad de la medida, lo que empezó a poner nerviosos a los morenos.

 

Y comenzó el circo: enanos, payasos y trapecistas to­maron la tribuna: unos para impedir el debate; otros para garantizarlo.

 

Los diputados agarraron de piñata al presidente de la Mesa Directiva, Héctor Díaz Polanco, quien obviamente se pintó de marrón. A pesar de que los diálogos entre dipu­tados están prohibidos, el diputado moreno se apropió del micrófono y siempre tuvo la última palabra.

 

Los opositores iban bien; la tribuna no se podía utilizar porque estaba tomada, por lo que Díaz Polanco autorizó a Temístocles leer la iniciativa desde su curul para iniciar el debate y ahí valió todo.

 

Fernando Mercado y Norberto Nazario lo flanquearon para impedir que le quitaran el micrófono, lo que movilizó a los opositores. Incluso el PRD intentó cortar el sonido del salón, pero la petista Circe Camacho anticipó el movimien­to y lo impidió.

 

Casi se recostó sobre la consola de sonido para que na­die tocara los controles y ahí se acabó el intento. Entonces el panista Diego Garrido encendió en su curul una bocina portátil y desde ahí gritaba que se suspende la sesión.

 

El asunto se salió de control y estuvo a punto de terminar una bronca; lástima, todo quedó en eso.

 

Lo más grave es que payasos, enanos, trapecistas y hasta monos se creían leones, mientras los dueños del circo no aparecían. Bueno, ni el gerente Martí Batres, que anda en todo menos en misa. Ahora viene el pleito jurídico.

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